LA INFANCIA NO ES IGUAL PARA TODOS
Si algo enseña la vida es que la igualdad proclamada rara vez coincide con la experiencia vivida. Algunos niños descubren la dulzura de una pizza, la emoción de una bicicleta o el resguardo constante de sus padres. Otros, en cambio, conocen antes el peso del trabajo, la ausencia de lo básico o la necesidad de compartir lo poco que se tiene.
¿Significa esto que unos son más afortunados y otros menos? No necesariamente. Lo que revela es que las condiciones externas marcan las oportunidades, y que no todos recorremos el mismo sendero al llegar a la adultez.
Entonces, la verdadera pregunta no es por qué existen estas diferencias —pues siempre han existido—, sino qué hacemos nosotros, como sociedad, frente a ellas. ¿Nos volvemos indiferentes, o reconocemos que la justicia no se mide en aquello que poseemos, sino en la capacidad de dar a cada quien lo que necesita?
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